El humano desde su concepción hasta su muerte vive una permanente correspondencia con su contexto, un interaccionar mutuo con todo lo que le rodea. Esa interacción se produce con el medio ambiente y con el grupo social de la cual forma parte.
El humano recibe de la sociedad normas y valores, los asimila acorde a sus intereses y lo utiliza para modificar y/o enriquecer su comportamiento personal.
La educación enmarca todos esos procesos mencionados. Se da de forma asistémica en la familia y en grupos sociales al que pertenece el sujeto; asimismo de forma organizada, sistemática e institucionalizada. Ambas significan la preparación del sujeto para la vida.
La familia es el primer grupo social donde se gesta la formación de valores, como la colaboración, solidaridad, unidad, sinceridad, etc.
Sin embargo, la escuela se constituye como un medio de formación de valores, es el lugar donde el educador debe mantener una actitud transmisora de valores con el ejemplo entre lo que se dice y hace. La sinergia entre el decir y hacer honesto del educador, en cualquier contexto lo hace significativo y lo convierte en una persona creíble.
La educación sistematizada ejerce un rol trascendental en la formación de valores humanos, implica un proceso de relación en el que los seres humanos nacidos los unos para los otros, se los forme con y para los demás.
Al establecer la relación con el otro, se lo vea como el ello hacia el progresivo desarrollo de un sentido humano y humanizante de interacciones; en las que se vea al otro un tú, como un sujeto con la misma dignidad que el resto.
La educación es un proceso por el cual se pasa progresivamente del yo–ello al yo–tú. Allí se resignifican los unos para los otros, desde el sentido egoísta de ver a los otros como seres para mí, al sentido liberador de transformarme a mí como un ser con y para los demás. Esta última idea puede considerarse como una vía pertinente para humanizarnos más como vivientes humanos, en aras de una humanidad más solidaria.
Toda educación es formación en valores, pues los mismos son las directrices del mundo humano, y donde el proceso educativo es el eje central para el aprendizaje de los mismos.
Es imperante considerar a los estudiantes como seres biopsicosociales poseedores de características diferentes, cada quien, con su escala de valores, a los que se debe respetar.
El humano vive en constante relación con su contexto, otras personas con diferentes características, lo cual exige capacidad de adaptación y ética. Lo cual debe ir asumiendo interpersonalmente para la convivencia con su entorno, supeditado siempre al respeto de reglas, normas, derechos y deberes establecidos por la sociedad en conjunto, que deben ser cumplidas.
Sin embargo, la realidad es otra; observamos permanentemente un alarmante incremento de antivalores donde se involucra la violación de derechos humanos, la ausencia total de valores. Ante este escenario desolador, el sistema educativo no debe ni puede permanecer ajeno a la realidad y se hace imperante un cambio de estrategias educativas, desde el replanteo de normativas que lo sostengan.
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