Antes de que los bebés pronuncien palabras, dan a conocer necesidades y sentimientos mediante sonidos que van del llanto a los arrullos y balbuceos, hasta la imitación accidental y la deliberada.
Hitos del lenguaje del nacimiento a los tres años | |
Edad en meses | Desarrollo |
Al nacer | Perciben el habla, lloran, dan alguna respuesta a los sonidos. |
1½ a 3 | Arrullos y risas. |
3 | Juegan con sonidos articulados. |
5 a 6 | Reconocen las secuencias sonoras que oyen a menudo. |
6 a 7 | Reconocen los fonemas de su lengua materna. |
6 a 10 | Balbucean con encadenamientos de vocales y consonantes. |
9 | Se comunican con gestos y practican juegos de gestos. |
9 a 10 | Imitan deliberadamente los sonidos. |
9 a 12 | Usan algunos gestos sociales. |
10 a 12 | Ya no distinguen sonidos que no sean los de su idioma. |
10 a 14 | Dice su primera palabra (casi siempre el nombre de algo). |
10 a 18 | Dicen palabras sueltas. |
12 a 13 | Entienden la función simbólica de la denominación: aumenta el vocabulario pasivo. |
13 | Usan gestos más elaborados. |
14 | Usan gesticulación simbólica. |
16 a 24 | Aprenden muchas palabras nuevas; amplían rápidamente su vocabulario expresivo de unas 50 palabras a tantas como 400; usan verbos y adjetivos. |
18 a 24 | Dicen su primera frase (de dos palabras). |
20 | Emplean menos gestos; nombran más cosas. |
20 a 22 | Su comprensión se acelera. |
24 | Usan muchas frases de dos palabras; ya no balbucean, quieren hablar. |
30 | Aprenden palabras nuevas casi todos los días; utilizan combinaciones de tres o más palabras; cometen errores gramaticales. |
36 | Dicen hasta 1 000 palabras, 80% inteligibles; cometen errores sintácticos. |
Estos sonidos se llaman habla prelingüística. También se incrementa su capacidad para reconocer y entender los sonidos articulados del habla y hacer gestos significativos. Los niños dicen su primera palabra hacia el final del primer año y empiezan a hablar con frases de ocho meses a un año después.
Primeras vocalizaciones
El llanto es el único medio de comunicación del recién nacido. Los distintos tonos, patrones e intensidades señalan hambre, sueño o enojo (Lester y Boukydis, 1985). El llanto resulta molesto para los adultos por una razón, los motiva a encontrar la fuente del problema y remediarlo. Por consiguiente, el llanto tiene un gran poder de adaptación.
Entre las seis semanas y los tres meses, los bebés comienzan a arrullar cuando están contentos: chillan, gorjean y profieren sonidos vocales como “ahhh”. Entre los tres y los seis meses comienzan a jugar con sonidos articulados que corresponden a los sonidos que oyen de los demás.
El balbuceo (repetición de cadenas de consonante y vocal, como “ma-ma-ma-ma”) ocurre entre los seis y los 10 meses. Aunque muchos lo confunden con las primeras palabras del bebé, el balbuceo no es un lenguaje real, puesto que para él no comunica ningún significado, pero con el tiempo se vuelve más parecido a las palabras.
La imitación es clave para el desarrollo temprano del lenguaje . Primero, los niños imitan accidentalmente los sonidos del lenguaje y luego se imitan repitiéndolos. Luego, de los nueve a los 10 meses, imitan de manera deliberada los sonidos sin entenderlos. Cuando tienen un repertorio de sonidos, los concatenan en patrones que suenan como el idioma pero parece no tener significado. Por último, cuando los niños se familiarizan con los sonidos de palabras y frases, comienzan a asignarles significados (Fernald, Perfors y Marchman, 2006; Jusczyk y Hohne, 1997).
Percepción de sonidos y estructuras del lenguaje
La imitación de los sonidos del lenguaje requiere tener la habilidad de percibir diferencias sutiles entre sonidos, y los infantes la poseen desde que nacen o incluso antes. Parece que su cerebro está predispuesto para discriminar las unidades lingüísticas básicas, percibir patrones lingüísticos y clasificarlos como parecidos o diferentes (Kuhl, 2004).
Al parecer, esta discriminación sonora comienza in útero. En un experimento, la frecuencia cardiaca de fetos de 35 semanas de gestación se reducía cuando se reproducía cerca del abdomen de la madre una cinta grabada con una rima infantil que ella recitaba a menudo. La frecuencia cardiaca no aminoraba con otra rima infantil dicha por otra mujer embarazada. Como la voz de la cinta no era de la madre, los fetos respondían sólo a los sonidos lingüísticos que habían oído decir a su madre. Este resultado indica que oír la “lengua materna” antes del nacimiento podría afinar el oído de los infantes para captar esos sonidos (DeCasper, Lecanuet, Busnel, Granier- Deferre y Maugeais, 1994). En efecto, los recién nacidos lloran incluso con “acento” como resultado de las experiencias tempranas con el sonido. En francés, las palabras suelen tener un patrón de entonación creciente, mientras que en alemán sucede lo contrario; los recién nacidos franceses y alemanes muestran este mismo patrón en su llanto, lo que se supone es una consecuencia de haber escuchado el lenguaje en el útero (Mampe, Friederici, Christophe y Wemke, 2009).
Cada idioma tiene su propio sistema de sonidos que se utiliza en la producción del habla. Al principio, los infantes pueden discriminar los sonidos de cualquier idioma; sin embargo, con el tiempo, la percepción y categorización constantes dedican las redes nerviosas a insistir en el aprendizaje de los esquemas de la lengua materna del niño y restringe el aprendizaje posterior de otros idiomas (Kuhl, 2004; Kuhl et al., 2005; Kuhl y Rivera-Gaxiola, 2008). Es poco probable que los bebés que no fueron expuestos a este rasgo pautado del lenguaje (hablado o por señas) durante un periodo crítico o sensible adquieran un lenguaje normal (Kuhl, 2004; Kuhl et al., 2005; consulte el apartado 1-2, en el capítulo 1). Esta exposición puede ocurrir antes o después del nacimiento. Si de manera regular la madre habla dos idiomas durante el embarazo, su bebé recién nacido reconocerá ambos y mostrará mayor interés por escuchar a hablantes de las lenguas a las que fue expuesto previamente. Aún más importante, el bebé mostrará respuestas diferenciales ante ambos idiomas, lo que indica que incluso los recién nacidos poseen cierta comprensión de que están implicados dos sistemas de lenguaje y que no sólo son sensibles a los sonidos generales, sino a los patrones y ritmos que los distinguen (Byers-Heinlein, Burns y Werker, 2010). De los seis a los siete meses los bebés aprenden a reconocer alrededor de 40 fonemas , o sonidos básicos, de su lengua y adaptar las ligeras diferencias de los distintos hablantes de esos sonidos (Kuhl, Williams, Lacerda, Stevens y Lindblom, 1992). La capacidad de discriminar los sonidos de la lengua materna en esta edad pronostica las diferencias individuales de capacidades lingüísticas durante el segundo año (Tsao, Liu y Kuhl, 2004), lo que no ocurre con sonidos de otros idiomas (Kuhl et al., 2005).
A partir de los seis meses para las vocales y de los 10 meses para las consonantes, aumenta considerablemente el reconocimiento de los sonidos fonéticos de la lengua materna, a la vez que disminuye la discriminación de los sonidos ajenos a ella. Para el final del primer año, los bebés pierden su sensibilidad a los sonidos que no forman parte de la lengua o lenguas que suelen escuchar (Kuhl y Rivera-Gaxiola, 2008). Los bebés sordos pasan por un proceso restrictivo similar en lo que respecta al reconocimiento de señas (Kuhl y Rivera-Gaxiola, 2008). ¿Cómo ocurre este cambio? Una hipótesis, a favor de la cual se cuenta con evidencia de estudios conductuales y de imágenes cerebrales, es que los infantes hacen un cálculo mental de la frecuencia relativa de ciertas secuencias fonéticas en su idioma y aprenden a ignorar las secuencias que escuchan con poca frecuencia (Kuhl, 2004). Otra hipótesis, apoyada también por estudios conductuales y de imagenología cerebral, es que la experiencia temprana con el lenguaje modifica la estructura neural del cerebro , facilitando el progreso rápido hacia la detección de los patrones de palabras en la lengua materna, al mismo tiempo que se suprime la atención a los patrones que no corresponden a la lengua materna y que podrían hacer más lento su aprendizaje. Esas habilidades iniciales de detección de patrones predicen la continuidad del desarrollo del lenguaje . En un estudio, pequeños que a los siete meses y medio habían mostrado mejor discriminación neural de los fonemas de la lengua materna a los 24 y a los 30 meses mostraban mayor avance en la producción de palabras y complejidad de las oraciones que otros niños que a los siete meses y medio habían mostrado mayor capacidad para discriminar contrastes fonéticos en lenguas diferentes a la materna (Kuhl y Rivera-Gaxiola, 2008).
Durante la segunda mitad del primer año, los bebés comienzan a tomar conciencia de las reglas fonológicas de su idioma: cómo se organizan los sonidos del habla. En una serie de experimentos, niños de siete meses oyeron más tiempo frases que contenían un orden diferente de sonidos sin sentido (como “go fe go” o ABA), en comparación con el orden al que se habían habituado (como “ga ti ti” o ABB). Los sonidos que se emplearon en la prueba fueron diferentes de los que se usaron en la fase de habituación, lo que indica que la discriminación de los infantes se habría fundado sólo en los patrones de repetición. Este resultado señala que es probable que los niños tengan un mecanismo para discernir reglas abstractas en las estructuras de las frases (Marcus, Vijayan, Rao y Vishton, 1999).
Gestos
Antes de hablar, los bebés señalan (Liszkowski, Carpenter y Tomasello, 2008). A los 11 meses, Maika señalaba su taza para indicar que la quería. También señalaba a un perro que meneaba la cola, con un gesto que usaba para comunicar a su madre algo que le interesaba. A los 12 meses, señalaba una pluma que su hermano había dejado caer y que ella había visto. Este gesto de señalar para comunicar información mostraba que entendía algo sobre el estado mental de la otra persona y quería ayudar, lo que es una indicación temprana de cognición social (Liszkowski, Carpenter, Striano y Tomasello, 2006; Liszkowski et al., 2008; Tomasello, Carpenter y Liszkowsi, 2007). Señalar contribuye a regular las interacciones conjuntas y no es necesario enseñar dicha conducta.
A los 12 meses, Maika aprendió algunos gestos sociales convencionales : decir adiós con la mano, mover la cabeza de arriba a abajo para afirmar y sacudirla a los lados para negar. Hacia los 13 meses, usaba gestos representacionales más elaborados ; por ejemplo, se llevaba una taza vacía a los labios para hacer patente que quería beber o levantaba los brazos para mostrar que quería que la cargaran.
Los gestos simbólicos , como soplar para indicar caliente o respirar hondo para decir flor, aparecen al mismo tiempo que los niños dicen sus primeras palabras y funcionan en buena medida como palabras. Tanto los bebés sordos como los que pueden escuchar usan los gestos más o menos de la misma manera (Goldin-Meadow, 2007). Cuando emplean estos gestos, los bebés entienden que los símbolos se refi eren a objetos concretos, sucesos, deseos y condiciones. En general, los gestos aparecen antes de que los niños tengan un vocabulario de 25 palabras y desaparecen en el momento en que aprenden la palabra con que se dice la idea que expresaban gesticulando, y que entonces ya pueden decir ellos mismos (Lock, Young, Service y Chandler, 1990).
Al parecer, el aprendizaje de gestos ayuda a los bebés a aprender a hablar. En consecuencia, los primeros gestos pronostican de manera correcta el caudal futuro del léxico. En un estudio, cada cuatro meses los investigadores grabaron en video durante 90 minutos de las interacciones entre niños pequeños y sus padres en el hogar. El uso de gestos por parte de los padres predecía el uso de gestos por sus hijos a los 14 meses, lo que a su vez, pronosticaba el tamaño del vocabulario del niño a los 42 meses (Rowe, Özçalişkan y Goldin-Meadow, 2008).
Los niños pequeños combinan gestos con palabras. Estas combinaciones sirven como señal de que están a punto de usar frases de varias palabras (Goldin-Meadow, 2007).
Primeras palabras
El bebé promedio dice su primera palabra entre los 10 y los 14 meses, con lo que inicia el habla lingüística: la expresión verbal que comunica significados. Al principio, el repertorio verbal total de un infante se reduce casi a “mamá” o “papá”. O es una sílaba simple que tiene más de un significado, el cual depende del contexto en que el niño la profiere. “Pa” puede significar: “Quiero eso”, “Quiero salir” o “¿Dónde está papá?”. Esta palabra, que expresa un pensamiento completo, se llama holofrase.
Mucho antes de que vinculen sonidos con significados, los infantes aprenden a reconocer los patrones sonoros que oyen a menudo, como su nombre. Los infantes de cinco meses oyen su nombre más tiempo que otros nombres (Newman, 2005). Infantes de ocho meses o menos empiezan a aprender las formas de las palabras al discernir señales perceptuales como sílabas que suelen ocurrir juntas (como be y be) y almacenar en la memoria esas posibles formas de palabras. También advierten la pronunciación, el énfasis que se hace en las sílabas y los cambios en el tono. Este aprendizaje auditivo temprano establece las bases para el desarrollo del vocabulario (Swingley, 2008).
Los bebés entienden muchas palabras antes de usarlas. Los de seis meses miran más un video de su madre cuando oyen la palabra mamá y más tiempo un video de su padre si oyen papá, lo que podría indicar que comienzan a asociar sonidos con significados, por lo menos en lo que concierne a personas cercanas (Tincoff y Jusczyk, 1999). A los 13 meses, la mayoría de los niños entienden que una palabra representa una cosa o suceso y aprenden pronto el significado de una nueva palabra (Woodward, Markman y Fitzsimmons, 1994).
Entre los 10 meses y los dos años, los procesos por los que los bebés aprenden palabras cambian de manera gradual, de la simple asociación, al acatamiento de las reglas sociales . A los 10 meses, los infantes asocian un nombre que oyen con un objeto que encuentran interesante, aunque no sea el nombre correcto del objeto. A los 12 meses, comienzan a prestar atención a las claves de los adultos, como al mirar o señalar un objeto al tiempo que dicen su nombre. Sin embargo, de todos modos aprenden sólo el nombre de los objetos interesantes e ignoran los indiferentes. De los 18 a los 24 meses, los niños aplican las claves sociales para aprender nombres, cualquiera que sea el interés intrínseco de los objetos (Golinkoff y Hirsh-Pasek, 2006; Pruden, Hirsh-Pasek, Golinkoff y Hennon, 2006). A los 24 meses, los niños reconocen con rapidez los nombres de objetos familiares a falta de claves visuales (Swingley y Fernald, 2002).
El vocabulario pasivo (receptivo o entendido ) crece a medida que la comprensión verbal se acelera, adquiere mayor precisión y gana en eficiencia (Fernald, et al., 2006). A los 18 meses, tres de cuatro niños entienden 150 palabras y dicen 50 de ellas (Kuhl, 2004). Los niños con vocabulario más amplio y menores tiempos de reacción reconocen palabras desde que se pronuncia la primera mitad de ellas; por ejemplo, cuando oyen “pe” o “ga” señalan una ilustración de un perro o un gato (Fernald, Swingley y Pinto, 2001). Este aprendizaje temprano del lenguaje tiene una relación estrecha con el desarrollo cognoscitivo posterior. En un estudio longitudinal, la velocidad con que los niños reconocían las palabras habladas y el tamaño del vocabulario a los 25 meses predecían las habilidades lingüísticas y cognoscitivas, incluyendo la eficiencia de la memoria de trabajo a los ocho años (Marchman y Fernald, 2008).
Al principio, la adición de palabras nuevas al vocabulario expresivo (hablado ) es lenta. Luego, en algún momento entre los 16 y los 24 meses, ocurre una “explosión de nombres”, aunque el fenómeno no es universal (Ganger y Brent, 2004). En pocos meses un niño pasa de decir unas 50 palabras a decir varios cientos (Courage y Howe, 2002). Los ganancias rápidas del vocabulario hablado expresan aumentos en la velocidad y exactitud del reconocimiento durante el segundo año (Fernald, Pinto, Swingley, Weinberg y McRoberts, 1998; Fernald et al., 2006), así como una comprensión de que las cosas forman categorías (Courage y Howe, 2002).
Los sustantivos son las palabras más fáciles de aprender. En un estudio transcultural, padres españoles, holandeses, franceses, israelíes, italianos, coreanos y estadounidenses dijeron que sus hijos de 20 meses sabían más sustantivos que cualquier otra clase de palabras (Bornstein et al., 2004). A los 24 a 36 meses, los niños entienden el significado de adjetivos desconocidos a partir del contexto o de los sustantivos que modifican (Mintz, 2005).
Primeras frases
El siguiente adelanto lingüístico se presenta cuando un niño pequeño junta dos palabras para expresar una idea (“muñeco cae”). En general, los niños lo hacen entre los 18 y 24 meses. Sin embargo, esta edad varía de manera considerable. El habla prelingüística está muy relacionada con la edad cronológica, no así el habla lingüística. Casi todos los niños que empiezan a hablar muy tarde, al cabo se oponen al enfoque y muchos desquitan el tiempo perdido hablando sin parar a quien quiera oírlos.
Lo común es que la primera frase de un niño se relacione con acontecimientos diarios, personas y actividades (Braine, 1976; Rice, 1989; Slobin, 1973). Al principio, los niños usan un habla telegráfica, que consiste en unas pocas palabras esenciales. Cuando Rita dice “Abeda bade”, quiere dar a entender “Mi abuela barre el piso”. El habla telegráfica de los niños, y la forma que adopta, varía con el idioma que se aprende (Braine, 1976; Slobin, 1983). El orden de las palabras concuerda con lo que oye el niño; Rita no dice “Bade abeda” cuando ve a su abuela barrer.
En algún momento entre los 20 y los 30 meses, los niños muestran mayor competencia en el manejo de la sintaxis, las reglas que indican cómo poner en orden las frases del idioma. Se acomodan a los artículos (un, el), preposiciones (en, sobre), conjunciones (y, pero), plurales, declinaciones verbales, tiempo pasado y tiempos compuestos. Además, cada vez son más conscientes del fi n comunicativo del habla y de lo que significan sus palabras (Shwe y Markman, 1997): una indicación de la creciente sensibilidad a la vida mental de los demás. A los tres años, el habla es más fluida, extensa y compleja. Aunque los niños omiten partes del habla, comunican bastante bien los significados.
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