¿Por qué debemos privar de apoyo oficial a la escuela?
La institución escolar es un paradigma del tipo de visión del mundo generada por todas las demás organizaciones de la sociedad actual; la familia, los partidos políticos, el ejército, la iglesia, los medios informativos. Todos estos organismos poseen un «curriculum oculto» que puede definirse como el resultado de ser sometido a un proceso de manipulación institucional, de definición de valores. Esta institucionalización de los valores es la que, según Illich, conduce a tres dimensiones que forman parte de un proceso más amplio de degradación social y personal; la contaminación física, la polarización social y la impotencia psicológica.
Tal proceso de degradación se verifica y acelera cuando necesidades no materiales se presentan como demandas de bienes, es decir, cuando la salud, la educación y el bienestar psicológico son considerados como resultado de servicios o tratamientos ofrecidos, desde luego, por instituciones.
Así pues, llega a la conclusión de que no es sólo la educación, sino la sociedad en su conjunto la que debe ser desescolarizada, la que debe rebelarse ante la autoridad institucional que define lo que es y lo que no es legítimo o deseable.
La escuela, segun Illich, ha llegado a ser la religión del proletariado actual al hacer promesas (incumplibles) a los «pobres de la era tecnológica». La escuela no libera porque en su afán de educar sujeta a los alumnos a medidas de control social; los certificados escolares son índices que permiten manipular el mercado de trabajo. La escuela divide la realidad en dos terrenos, algunos lapsos procesos y medios que son considerados educativos, y otros que no lo son. La escuela divide la sociedad internacional en «castas» según el nivel escolar de los países, presentando un «ideal» educativo inalcanzable, pues además de resultar incosteable, se apoya en el falso supuesto de que la mayor parte del saber es resultado de la enseñanza proporcionada por el ritual de la institución escolar.
El paradigma pedagógico neoliberal reflejó esta postura en sus prácticas encaminadas a la reducción de fondos para la educación, la implementación de diversas formas de privatización de los sistemas educativos, y el abandono de la centralidad de las políticas educativas en sus presupuestos, focalizando sus proyectos en aspectos puntuales y recortados de la educación.
Nos parezca conveniente o no, el paradigma iluminista de la modernidad se ha diluido y desaparecido; las expectativas de la educación universalizada y obligatoria, aunque permanecen en los discursos e intenciones de los organismos internacionales, no se han alcanzado todavía.
Hoy, muchos años después del texto de Illich, aunque en las leyes el Sistema Educativo sigue siendo incumbencia y responsabilidad del Estado, y la preocupación por la educación escolar está presente en las intenciones discursivas gubernamentales y de los organismos nacionales e internacionales, las naciones globalizadas y fragmentadas han efectivizado hasta cierto punto esta propuesta.
Fenomenología de la escuela
El autor define «escuela» como el proceso que especifica edad y se relaciona con maestros, y exige asistencia a tiempo completo a un currículum obligatorio. Encuentra que básicamente son cuatro las funciones de los sistemas escolares modernos: custodia, selección, adoctrinamiento y aprendizaje. Estas funciones son desarrolladas dentro de la escuela.
1) Edad: La escuela agrupa a las personas según sus edades; existe la creencia, por ejemplo, de que los «niños» deben estar en la escuela, aprenden en la escuela y sólo se les puede enseñar en la escuela. Illich afirma que el concepto le «niñez» es reciente en Europa Occidental y aún más en América. Aparece con la sociedad industrial y la burguesía emergente; es entonces cuando con preceptores y escuelas privadas se «fabrica» al niño. El sistema escolar y la niñez son fenómenos interrelacionados, lo mismo que la «sabiduría institucional» lanzada al mercado como una mercancía más.
2) Maestros-Alumnos: Por definición, los niños son considerados como alumnos, por lo tanto su aprendizaje depende de un custodio-maestro. La escuela a su vez se sustenta en la afirmación de que el aprendizaje es resultado de la enseñanza cuando, en realidad, la mayor parte de lo que sabemos lo hemos aprendido precisamente fuera de la escuela. Aun en la escuela misma, el aprendizaje no depende totalmente del maestro, sino de variables como las estrategias para «pasar» exámenes, la capacidad memorística de los alumnos, su relación con los compañeros de clase, etc. El hecho de que la escuela exista y la escolaridad sea considerada si no obligatoria, deseable, determina que la gran mayoría de personas que no puede asistir a ella, también «aprenda su lección», es decir, quede instruida sobre su inferioridad.
3) Asistencia de tiempo completo: La obligación de asistir a clases sumerge a los niños en una especie de contexto sagrado («educativo»); el aula se convierte en un recinto mágico. De tal modo, se los aparta del contacto con la realidad cotidiana. Al mismo tiempo, el profesor asume las funciones de custodio, predicador y terapeuta, con el derecho de participar e incluso dirigir las vidas privadas de sus alumnos. La escuela reclama tiempo y energías de los estudiantes por un considerable lapso de sus vidas. El ceremonial, ritual de la «escolarización» constituye un curriculum oculto que inicia a los hombres en la sociedad de consumo.
De tal modo que estos aspectos se tornan como formas de control y toma de poder sobre la sociedad escolarizada. Tomando transversalmente un curriculum oculto que beneficia al sistema sumergiendo a ricos y pobres a la sociedad del consumo.
Illich critica a la escolarización por tres motivos fundamentales: por obligar el aprendizaje en un marco especial y temporal concreto; por no supeditarse a las necesidades individuales y sociales; y por homogeneizar y, al mismo tiempo, marcar trayectorias diferentes según el origen y nivel social del alumno.
Ritualización del Progreso
Illich analiza en este aspecto las principales conexiones entre el consumo escolar y el consumo social.
Al graduado, dice, se le escolariza para cumplir un servicio selectivo entre los poderosos en la sociedad. El alcanzar niveles superiores de educación significa que de alguna manera se ha cumplido satisfactoriamente con las reglas del juego del sistema en las primeras etapas escolares. La universidad impone normas de consumo tanto en el trabajo corno en el hogar.
Ahora bien, esta capacidad de fijar dichas metas es bastante nueva: Illich la ubica en la década de los sesentas, cuando se difunde en las sociedades la «ilusión» de un acceso igual a la educación pública. Anteriormente no era automática la conversión del conocimiento en riqueza. Esta conversión ha conseguido que se pierda la búsqueda del saber, característica de las universidades antiguas, cuyos egresados eran más bien outsiders sociales. Ahora, en cambio, tanto para los estudiantes como para las naciones, el estudio es considerado como una inversión que promete ganancias económicas y un factor clave para su desarrollo.
A pesar de esto, a partir de 1968 la universidad ha perdido considerable prestigio entre sus creyentes. En Estados Unidos, por ejemplo, los jóvenes han rechazado prepararse y diplomarse para a fin de cuentas contribuir a la guerra, a la contaminación, a la manipulación de todo tipo. Muchos de ellos se niegan a integrarse a la sociedad diplomada y pasan a formar parte de la contracultura; otros, reconociendo que el Sistema Escolar posee el monopolio de recursos para la construcción de una contra sociedad, se desenvuelven en este medio formando lo que Illich denomina «focos de herejía en medio de la jerarquía».
El autor menciona una serie de mitos producidos por la escolarización social:
• El mito de los Valores Institucionalizados: la escuela inicia en el 44 mito del consumo sin fin». Todo proceso produce valor y en consecuencia la producción genera demanda. La escuela enseña que la instrucción produce aprendizaje, al haber escuelas hay demanda de escolaridad. Al ser conformadas las imaginaciones de los alumnos por la instrucción curricular, se hallan condicionadas para aceptar las planificaciones institucionales de todo tipo.
Con esto se transfiere a las instituciones la propia responsabilidad. «El hombre adicto a ser enseñado, busca su seguridad en la enseñanza compulsiva».
• El mito de la Medición de los Valores: La escuela inculca valores institucionales sujetos a cuantificación; de ahí en adelante se concibe que en este mundo todo es mensurable, inclusive el ser humano y su imaginación. La escuela divide lo aprendido en paquetes- materias, partes definidas que se integran al curriculum oculto formado por bloques y cuantificable por una «escala internacional». Todo aquello que escapa a la medición es puesto en duda.
• El mito de los Valores Envasados: Los valores que dicta la escuela se presentan con un adecuado embalaje y precio en el mercado del consumo social. Así, la escuela vende «curriculum», un paquete de significados planificados y sujetos a obsolescencia; el curriculum es un conjunto de mercancías cuya demanda ha sido previamente asegurada; a los alumnos se les enseña a adaptar sus expectativas a los valores comercializables, partiendo de la idea comúnmente aceptada de que el juicio de una persona o grupo puede determinar lo que otra necesita aprender y el tiempo en que debe hacerlo.
• El mito del Progreso que se Perpetúa a sí mismo. Illich descubre una lógica similar prevaleciente en los negocios, la guerra y la educación; de la misma manera que «los negocios son los negocios» (acumulación sin límite de dinero), que la guerra es matar (acumulación de cuerpos muertos), la educación es escolarización, un proceso que tiende a perpetuarse a si mismo y que se mide en términos de alumnos-hora.
Después de analizar los valores mitificados producto del sistema escolar, Illich establece una similitud entre la Escuela Universal y la Religión Universal, apoyándose en los argumentos que a continuación se presentan:
La escuela es capaz de ser la Iglesia Universal de nuestra cultura dado que ninguna otra institución cumple mejor el papel de ocultar a sus participantes las discrepancias entre los «principios sociales» y la realidad social de nuestro mundo; sirve como generadora y vigilante del «mito social» debido a su estructura de «un juego ritual de promociones graduadas»; y es aquí donde Illich enfatiza el poder del curriculum escolar: «la introducción a este ritual es más importante que el asunto enseñado o el cómo se enseña: es el juego mismo el que escolariza, el que se mete en la sangre y se convierte en hábito.
Se inicia a la totalidad social en el mito del consumo sin fin de servicios. Paralelizando con la religión agrega: «La gracia se reserva para los que acumulan años de escuela: los desertores son expulsados del paraíso porque habiendo sido bautizados no fueron a la iglesia, aprenden a sentirse culpables por ser subconsumidores de escolarización».
De esta manera, la escuela contribuye a crear un nuevo tipo de alienación; enseña la necesidad de ser enseñado por instituciones; esta nueva iglesia mundial es pues, «la industria del conocimiento, proveedora de opio y banco de trabajo durante un número creciente de años de la vida de un individuo». La desescolarización es por consiguiente fundamental para cualquier movimiento de liberación del hombre.
Al plantear el autor que la escuela como industria de conocimientos ha llegado a ser el principal «patrón» de la sociedad, resalta al mismo tiempo el potencial revolucionario de la desescolarización. La escuela como institución es la que moldea la visión de la realidad en el hombre de una manera más sistemática, ya que sólo ella está acreditada para formar el juicio crítico del ser humano, función que cumple a modo escolarizado, es decir, enseñando que el aprender sobre sí mismo, los otros y la realidad en general, se logra dependiendo de un proceso preempacado. Poner en duda la bondad de la escolarización significa entonces plantear un cuestionamiento de todo el orden económico y político, peligrando así la supervivencia del sistema en su totalidad.
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