Cualquier ser humano podría, en teoría, estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no supera los cinco eslabones intermedios. Apenas con seis enlaces o pasos podríamos conectarnos y, tal vez, relacionarnos con alguien absolutamente desconocido. Esta teoría, propuesta por el escritor húngaro Frigyes Karinthy (1929), en su cuento Chains, y documentada con una serie de experimentos, entre otros el desarrollado por el sociólogo Stanley Milgram en 1967, es conocida como Seis grados de separación, y ha sido ampliamente difundida y utilizada en diferentes contextos; en todos aquellos en los que las redes de comunicación entre las personas representan un inagotable y sugerente objeto de estudio del comportamiento humano. La mera posibilidad de que dos desconocidos estén conectados entre sí con tan sólo cinco puntos de conexión puede parecer una idea absurda, pero la realidad nos dice otra cosa muy diferente. El planeta nunca ha sido tan pequeño y abarcable como en la actualidad.
¿Podemos imaginar la posibilidad de vivir sin nuestro Smartphone o nuestro ordenador? La opción de pasar un día desconectado del mundo, de mi mundo, o mejor, de mi mundo en la red, se torna casi una tortura, un pensamiento a evitar, del que huir. Pensarlo, aunque sea solo unos instantes, causa tanto desasosiego que evitamos, incluso, tal posibilidad. Conectados, en red. Con los otros, con la red de relaciones que hemos ido configurando. Redes que funcionan desde la noche de los tiempos y que en los nuestros, en el aquí y ahora, adquieren simplemente una configuración especial y singular. La que viene derivada de la inabarcable capacidad de despliegue que suponen las TIC en el momento actual y que, con seguridad, adquirirán en poco tiempo, formatos y opciones de desarrollo impensables actualmente. En su libro Conectados (2010, pp. 30-39), Christakis y Fowler exponen con gran claridad los principios que explican por qué los vínculos, siempre, pueden hacer que el todo sea mayor que la suma de las partes.
Los citados autores argumentan estos principios en cinco sencillas reglas:
1.- Somos nosotros, los seres humanos, los que damos forma a nuestra red: organizamos y reorganizamos nuestras redes sociales continuamente. Por un lado, tenemos una tendencia natural a conectar con personas que se parecen a nosotros, que piensan como nosotros, que están, ordinariamente, donde pasamos tiempo nosotros. Y, por supuesto, podemos influir sobre la estructura de las redes que formamos.
2.- Nuestra red nos da forma, también, a nosotros: el lugar que ocupamos en la red nos afecta de manera sensible. La vida sin amigos no tiene nada que ver con la vida que podemos desarrollar si gozamos de amistades en diferentes contextos. Que nuestros amigos y otros contactos sociales de la red sean amigos también es especialmente relevante para nuestra experiencia vital. Asimismo, el número de contactos de nuestros amigos y de nuestra familia es muy relevante. Cuando mejoran las conexiones de las personas con quienes estamos conectados, se reduce el número de pasos que hay que dar entre diferentes personas para alcanzar a otra persona en la red.
3.- Nuestros amigos influyen de manera decisiva en nosotros: opiniones, ideas, argumentos, tendencias… Aquello que navega por las conexiones es crucial en nuestras vidas.
4.- Los amigos de los amigos de nuestros amigos también nos influyen: no solo podemos identificarnos con nuestros amigos, sino con los amigos de nuestros amigos y, también, con los amigos de los amigos de nuestros amigos.
5.- Las redes tienen vida propia: las redes sociales pueden tener características, objetivos y prioridades que no siempre somos capaces de controlar los miembros que las conformamos. Discurren como un tejido vivo; se alimentan de las interacciones pero van culminando hitos de forma independiente. La red se mueve y desplaza y no siempre es fácil conocer dónde puede ubicarse tiempo después.
Siempre conectados, esa parece ser la dinámica. El acceso a prácticamente cualquier contenido, a cualquier hora, con cualquier dispositivo digital. Hasta el día de hoy no ha sido complejo encontrar justificación a este tipo de situación. Niños y adolescentes, más estos que aquellos, encerrados en su habitación, en sus cosas, a sus cosas, con sus dispositivos digitales en marcha.
Desconocemos con exactitud qué hacen… Pero parecemos carecer de habilidades para entrar razonablemente en su mundo; para saber, conocer, incluso para conversar o dialogar. Sobre lo que hacen y por qué lo hacen.
Adolescentes y jóvenes han sido pioneros. En el difícil arte de relacionarse a través de las pantallas. Los caminos electrónicos se convirtieron hace más de diez años en un escenario de y para la comunicación entre nuestros chicos y chicas. Seguramente sin pretenderlo, de una u otra forma, Mark Zuckerberg contribuyó de forma incuestionable a modificar de manera sustantiva el tiempo y la forma de relación de millones de personas y, claro, de millones de chicos y jóvenes deseosos de indagar en nuevas formas de decir, contar, expresar, mostrar, mostrarse, ver, verse, y, claro, relacionarse.
Pero no han sido solo Zuckerberg y Facebook los responsables de todo este proceso. Ni siquiera la evolución de las nuevas y poderosas aplicaciones. Ni los renovados dispositivos o la llegada del 4G o 5G. Ni, claro, la falta de conocimiento de los padres de lo que se les venía encima conforme sus hijos cumplían años y empezaban a utilizar aparatos cada vez más sofisticados, y a utilizar unos términos sobre cosas y objetos que hasta hace nada ni existían en el mundo adulto.
No obstante, hay que buscar un espacio de desarrollo razonable, una salida óptima. Un espacio para la acción positiva. Negar la realidad sería ridículo. Pero el objetivo no puede ser otro. El uso de las TIC como oportunidad, no como escenario exclusivo de dudas e incertidumbres. El uso de las TIC donde la interactividad, las redes sociales, las culturas emergentes y los centros educativos confluyan en una suerte de experiencia combinada. Y compartida. Por y para el desarrollo de una adecuada alfabetización digital. Incluida y soportada por la ética de las relaciones, la transferencia entre fronteras intangibles, la incursión prudente y sosegada en la esfera del otro; e identificando las condiciones y opciones de construir proyectos educativos y su relación y conexión más o menos estable con las fronteras y las unidades educativas.
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