La confianza y el diálogo entre padres e hijos, entre individualidades diferentes y caracteres distintos, es de por sí una tarea difícil. Más en la adolescencia. Etapa en la que el hijo está desarrollando con celo su propia identidad.
Sin embargo, es en la adolescencia donde confianza y diálogo son más necesarios si se quiere conservar la paz familiar y preparar adecuadamente al adolescente para formar su propia familia y entenderse con sus propios hijos.
Tanto la confianza como el diálogo no se pueden imponer, sino que se ganan y conquistan poco a poco, especialmente durante el inicio de la adolescencia, donde por naturaleza se distancian los vínculos familiares.
Sin confianza se hace imposible establecer un diálogo básico que permita el entendimiento y la comprensión mutua de padres e hijos. Se podrá conversar, discutir o pelear, pero no dialogar.
La confianza entre padres e hijos debería ser tan intensa y práctica, que no debería existir duda alguna de cuanto se dicen. Este rasgo define la auténtica confianza.
Los padres han de tener en cuenta que uno de los golpes más duros que pueden dar a sus hijos es la desconfianza. Por el contrario, la confianza les otorga seguridad en sí mismos, un sentido más amplio y profundo de la responsabilidad y les «obliga libremente» a que su comportamiento mejore y sea consonante con el deseo de los padres.
La confianza no es una cualidad humana implícita en el individuo, sino que se adquiere y enriquece con la praxis diaria. Los hijos la adquieren a través de la actuación de los padres.
¿Cómo conseguirlo?
Es a través del ejemplo como el hijo adquiere la confianza en sus padres y, en consecuencia, el deseo de conocer su opinión y puntos de vista y con ello, su necesidad de diálogo.
En la adolescencia el adolescente siente que necesita oír las opiniones de sus padres, aunque sea para contrastarlas con la suya propia. Durante la adolescencia, el hijo tiene más necesidad que en ninguna otra etapa de su vida, de confiar en sus padres.
Los padres deben adelantarle la confianza como si nunca les hubiera traicionado, como si nunca pudieran hacerlo si actúan con libertad y reflexión. Como si no hubieran errado nunca. Porque en realidad si lo hicieron, fue en el pasado.
Para que un hijo adquiera la confianza que necesita, debe saber que se encuentra ante una nueva oportunidad de actuar correcta y responsablemente. Saber que sus padres lo esperan de él, que confían en su bondad, formación, inteligencia, coherencia y acierto, le hará actuar como sus padres piensan.
Por el contrario, creer que sus padres temen que actuará mal, que no será responsable, como no lo ha sido alguna vez, le llevará a actuar como creen que sus padres esperan al fin y al cabo y les resulta más cómodo.
Necesidad de diálogo
Hablar de soledad es hablar del mayor sufrimiento del ser humano. Que busca imperiosamente compañía, comunicarse y dialogar.
El adolescente tiene necesidad de compartir sus sentimientos. Hasta el punto de sentirse a veces obligado a contárselos a sí mismo, como por ejemplo a través de un diario. Volviéndose taciturno o soñador. Al tiempo que busca ser comprendido. Pero cuando esto no ocurre, prefiere el aislamiento. Y busca satisfacer su necesidad perentoria de comunicación y comprensión fuera del ámbito familiar.
Del diálogo familiar nace la maduración de todos, al poder cada uno contrastar sus propias opiniones. El hijo adolescente necesita probar con sus padres lo que sus compañeros de grupo de pares objetarán a sus opiniones. Esto lo hace discutiendo. Dialogando. Aprende así cuál es su propia opinión libre y los mejores argumentos para defenderla.
Para que el diálogo obtenga los frutos positivos que tanto padres como hijos buscan y necesitan, ha de cumplir con las siguientes características:
- Ha de ser un diálogo entre iguales.
- Ha de ser fruto siempre del amor. Quien sabe escuchar sabe amar.
- Ha de ser sereno.
- Respetuoso.
- Ha de buscar siempre el bien para el adolescente.
De manera inconsciente los padres pueden sentir recelo a oír las confidencias de sus hijos adolescentes, porque en el fondo se tiene miedo a conocer realmente el comportamiento y sentimientos de su hijo.
Los padres han de tener en cuenta que guardar la serenidad, por mucho que se tema escuchar algo de un hijo, es la mejor manera de ayudarle en ese momento, porque se habrá abierto el camino del remedio y el de nuevas confidencias, nuevos diálogos. Que tanto necesita aunque no lo exprese explícitamente.
Es el adolescente, no obstante, el que suele apartarse para no frustrar a sus padres, no discutir con ellos o no enfrentarse ante sus reproches.
Para dialogar con un adolescente hay que prepararse como para jugar al golf. El juego resultará tanto más fácil y mejor ejercitado cuanto mayores cualidades tengan los padres. Pero, sobre todo, cuanto más tiempo hayan empleado en entrenar y cuanto antes hayan comenzado.
Cuando los hijos no hablan es porque no están seguros de que serán escuchados o temen sus consecuencias. Los padres han de estar preparados. Han de estar dispuestos a escuchar a sus hijos sin alterarse. Demostrándoles que les importan de verdad, y solo desean ayudarles. Que perdonarán y olvidarán todo lo sucedido si es necesario. Para ello han de ser hábiles, pacientes y querer al hijo como ser singular y capaz de mejorar siempre.
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