La pedagogía moderna ha recurrido frecuentemente a pensadores contemporáneos para fundamentar sus prácticas, pero la filosofía de Baruch Spinoza (1632-1677) ofrece aportes fundamentales aún vigentes en el campo educativo. Su enfoque ético y racional sobre la naturaleza humana, el conocimiento y la libertad permite repensar el propósito de la educación en tiempos de incertidumbre social y emocional. Aunque Spinoza no desarrolló una teoría pedagógica sistemática, sus reflexiones en obras como la Ética y el Tratado teológico-político contienen principios profundamente educativos.
Para Spinoza, el ser humano no nace racional, sino con el potencial de llegar a serlo mediante un proceso de formación orientado al entendimiento de sí mismo, del mundo y de Dios, entendido como la totalidad de la naturaleza. En este marco, la educación tiene como finalidad liberar al individuo de sus pasiones esclavizantes y conducirlo hacia el conocimiento adecuado, es decir, hacia una vida guiada por la razón (Spinoza, 1677/2008).
Desde esta perspectiva, la estrategia de aprendizaje central es la formación del juicio autónomo y la construcción racional del conocimiento. Spinoza sostiene que los individuos deben aprender a pensar por sí mismos, no a repetir dogmas ni aceptar verdades impuestas por la autoridad. Esta idea anticipa la pedagogía crítica moderna, especialmente las ideas de Paulo Freire sobre la concienciación y el diálogo. El conocimiento verdadero no se transmite de forma mecánica, sino que se construye activamente desde la experiencia y el entendimiento.
En cuanto al rol del maestro, Spinoza no lo ve como una figura autoritaria ni meramente transmisora de contenidos, sino como un facilitador del pensamiento crítico. El educador, en clave spinozista, debe acompañar al alumno en su tránsito desde las ideas inadecuadas —basadas en la experiencia confusa o en la imaginación— hacia ideas claras y distintas que le permitan actuar con libertad. Educar, en este sentido, es un acto ético y político, porque forma ciudadanos capaces de comprender y participar racionalmente en la vida común.
Además, la pedagogía spinozista enfatiza la conexión entre emoción y razón, rechazando la idea de que educar consiste en reprimir afectos. Por el contrario, el conocimiento adecuado de las emociones permite su transformación y control, lo cual resulta clave en contextos educativos donde los conflictos emocionales afectan la capacidad de aprendizaje. Como advierte Spinoza, “una emoción no se elimina sino por una emoción más fuerte, y del mismo tipo” (Ética, Parte IV, proposición 7). La educación emocional, tan valorada en la pedagogía actual, encuentra aquí un sólido fundamento filosófico.
En resumen, la teoría educativa implícita en Spinoza nos invita a concebir la educación como liberación, racionalidad y autonomía. En tiempos marcados por el exceso de información, la polarización ideológica y la superficialidad, volver a Spinoza es recuperar una pedagogía de la claridad, la libertad y la formación ética del sujeto. Su pensamiento, aunque formulado en el siglo XVII, desafía a la escuela del siglo XXI a superar modelos autoritarios, pasivos y dogmáticos, y a recuperar el sentido profundo de educar: enseñar a vivir desde la razón.
Bibliografía:
Spinoza, B. (2008). Ética demostrada según el orden geométrico. Alianza Editorial (Original publicado en 1677).
Spinoza, B. (2007). Tratado teológico-político. Alianza Editorial.
Chaui, M. (1995). Introducción a la filosofía de Spinoza. Ediciones Nueva Visión.
Deleuze, G. (1981). Spinoza: filosofía práctica. Ediciones Coyoacán.
Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
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