La inclusión es una palabra que se maneja muy frecuentemente en Latinoamérica, casi como bandera de la cual todos quieren tomar un pedazo.
La inclusión digital admite más de una definición o interpretación, podemos entenderla, ente otras cosas, como un mayor y mejor acceso a las tecnologías y sus servicios por parte de poblaciones desfavorecidas (léase que no se dijo pobres).
Esta visión de proveer se ha transformado en un motivador para proveedores y principalmente para gobiernos.
Pero Latinoamérica tiene prioridades aun muy básicas en muchos de sus países y estas necesidades están marcando el paso. Desempleo, pobreza, el frenesí político, todos son temas que se llevan la atención.
No es sano pensar en la tecnología como solución de estos problemas, no obstante las tecnologías podrían ser un interesante componente cuando de desempleo y pobreza hablamos, procurando cosas tan básicas como la capacitación en tecnologías que podría abrir posibilidades laborales y de vida.
Es claro que la inclusión digital está motivada por que existe una brecha digital, brecha digital que surge de una exclusión digital de la cual no podemos inferir que es provocada, ¿o si?.
Al pensar en exclusión digital es inevitable ver niños marginados, sectores de extractos económicamente bajos y un largo etcétera, todo un conjunto de repetidas conclusiones que lamentablemente han perdido efecto para transformarme equivocadamente en un cliché.
Si bien es obvio que acertamos al decir que la población infantil de zonas desfavorecidas posee notoriamente una menor tasa de conexión a Internet y un índice de uso de la tecnología más bajo que otros sectores, existen brechas que no suelen verse fácilmente.
Desde empresarios, si hablamos de instituciones, con una brecha tecnológica por delante para hacer de su negocio más competitivo, hasta personas adultas, de todos los niveles socioeconómicos, con una brecha más grave que la de acceso a la tecnología y es la de entender la misma tecnología. Démosle una computadora a una persona que no posee los conocimientos básicos al respecto y estaremos regalándole un pisapapeles.
La brecha tenderá a reducirse y la inclusión a hacerse realidad, si comenzamos por verlas como barreras sorteables por la vía del conocimiento.
Es indudable que una inversión en infraestructura tecnológica es necesaria e insalvable, pero podemos aprender a ver otras caras de la inclusión y la brecha digital, que no hemos sabido comprender.
¿Es necesario proveerle acceso a toda la población para que ésta se vea beneficiada de la tecnología?, esta pregunta solo tiene una respuesta y es no, aunque a primera vista pueda sonar inadecuada, la respuesta está fundada en la realidad y la imposibilidad de proveer efectivamente acceso a la tecnología a cada individuo, sabrán disculparme los gobernantes pues no resulta en una frase apropiada para una campaña política.
Sin embargo la tecnología conlleva una serie de beneficios indirectos con un impacto importante y que muchas veces no logramos explotar correctamente o potenciar sus efectos.
Desde la reducción de precios de los productos por la mejora en la intermediación en la cadena de distribución, a la prestación de servicios en un mostrador de cualquier institución, de manera más eficiente. En ambos casos el individuo no ha tenido contacto directo con la tecnología que provocó estas mejoras pero se ve beneficiado por ellas.
Cual piezas de ajedrez, la tecnología impacta de diversa manera en nuestras vidas y la de las empresas e instituciones.
Advertir como cada movimiento en el tablero afecta el contexto de acceso y la obtención de beneficios por parte de las poblaciones que mencionaba, es una tarea que debemos saber interpretar.
Si mantenemos una visión holística del impacto de la tecnología, facilitaremos la búsqueda de soluciones que reduzcan la brecha digital y provean mayores facilidades para incluir y no excluir.
Entendiendo mal este impacto de las tecnologías, podemos obtener resultados opuestos, ensanchando la brecha por ejemplo.
Cuando se dispone de fondos para potenciar el extremo más favorecido con acceso o cuando se invierte mal en infraestructura para los sectores más excluidos, estaremos distanciando los extremos.
Por último, parece irracional pretender detener el extremo favorecido para acercar el que no lo es, y tal vez lo sea. Lo que realmente debe motivar nuestros intentos por incluir es el de acelerar ese extremo distante a una velocidad mayor a la del extremo de la sociedad que sigue su curso en el progreso, el acceso y que no padece de ningún tipo de exclusión en materia tecnológica.
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