Para cualquier preadolescente tener su primer smartphone se constituye en un paso muy importante para hacerse mayor, algo así como un rito de iniciación a la adolescencia, lo que supone un grado de autonomía, libertad e intimidad. En el caso de los más pequeños, los dispositivos tecnológicos, como el ordenador, los videojuegos o las consolas, desempeñan una función fundamentalmente lúdica y de entretenimiento.
A partir de la adolescencia, las TIC, además de servir para la diversión y el ocio, cumplen una función relacional. Si la mayoría de los internautas utilizan las redes sociales virtuales (Facebook o Whatsapp) es porque éstas desempeñan una función importante. Al margen de los recursos disponibles en ellas (entre otros, chatear, enviar mensajes gratis, crear eventos de manera pública o privada, mantenerse informados de fiestas y actividades diversas o compartir fotos y vídeos), las redes sociales cubren necesidades psicológicas básicas de los adolescentes: hacerse visibles, reafirmar la identidad ante el grupo, divertirse o estar conectados a los amigos.
La relación entre las personas en los chats es fluida y genera menor ansiedad que en la vida real, lo que facilita la superación de la vergüenza, la timidez o el miedo al ridículo. Asimismo, el hecho de publicar fotos en su perfil on-line o compartirlas con sus amistades habituales es una actividad de socialización que contribuye a la formación de la identidad de los adolescentes. La creación de perfiles en las redes sociales o los blogs personales y el establecimiento de relaciones afectivas son modos de manifestar su propia identidad, es decir, de forjar su autoconcepto y de fortalecer su autoestima.
En las redes sociales se vuelcan emociones, se comparte el tiempo libre y se da salida a distintos tipos de fantasías. El anonimato produce terror, del mismo modo que asusta la soledad. Si no se está en Whatsapp o en Facebook es como si no se existiese. Las redes sociales son el espantajo que aleja el fantasma de la exclusión y fomentan la participación a distancia, con vínculos que tan fácilmente se crean como se destruyen. Uno puede creerse popular porque cuenta con muchas listas de amigos en las redes sociales, sin percatarse de que frecuentemente se trata de vínculos débiles.
En concreto, las redes sociales han tenido un gran éxito especialmente entre jóvenes y adolescentes, que buscan reconocimiento y popularidad. Si bien estas redes establecen una edad mínima para ser usuario de ellas (14-18 años), acceder es tan fácil como mentir sobre la edad o la fecha de nacimiento. Los jóvenes son los usuarios que están más presentes en Facebook y Whatsapp, muestran también una gran vinculación con YouTube y hacen uso de diversas plataformas (mensajería instantánea, redes sociales, foros y blogs).
Las redes sociales no son en sí ni buenas ni malas, sino que constituyen un espacio de libre acceso donde entra todo tipo de gente. Es como el parque en el que juegan nuestros hijos, donde pueden disfrutar de forma sana en grupo o arriesgarse a formar parte de la pandilla de los malos.
Las motivaciones para recurrir a las redes sociales en jóvenes y adolescentes son más amplias que en el caso de los adultos. Hay una mayor pluralidad de intereses (entre otros, compartir memes, escuchar música o participar en grupos) y suele tener más relevancia ampliar la red social que reforzar la actual. Así, por ejemplo, la petición de correo y de dirección del Messenger y el envío de invitaciones de Facebook forman parte de una estrategia de acercamiento interpersonal.
Asimismo, Facebook tiene muchas cosas que recuerdan al cole: la importancia de ser aceptado por el grupo, la compulsión por airear los gustos musicales o cinematográficos y la necesidad de mostrarse gracioso u ocurrente, así como la exhibición constante de quiénes son los amigos de uno y, sobre todo, de cuántos tiene.
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